Se despertó
después de, lo que ella pensó, un corto sueño, toda la habitación daba vueltas
y su cabeza parecía tener dentro un martillo que no cesaba de golpear.
No recordaba nada de la noche
anterior y la resaca que tenía era considerable, el mal aliento que desprendía
su boca hizo que las ganas de lavarse los dientes fueran imperiosas.
Intentó levantarse de la cama
pero algo se lo impidió, una figura dormía placidamente a su lado, se incorporó
un poco para descubrir la cara de ese invitado tan inesperado que había
aparecido de la nada en su lecho.
Miró sin hacer ruido, no quería
despertar a ese hombre que no recordaba haber conocido y se dijo en voz
baja:”Otra vez no, joder”.
No era la primera vez que
encontraba a un extraño en su dormitorio o despertaba en alguna casa ajena
con la sensación de haber tenido una mala experiencia. Los estragos de la noche
habían hecho mella en ella y los excesos que cometía cada día le pasaban la
factura por la mañana.
Todas las
semanas se prometía a sí misma cambiar su forma de actuar pero después, durante
unas horas determinadas de la noche, ya no se acordaba de nada y volvía a caer
en una espiral de desenfreno que la llevaba a vivir momentos que siempre le
acababan perturbando al amanecer.
Su mente borraba todo lo pasado en
esas horas, parecía como si se convirtiese en otra persona, sus problemas no
existían y podía dejarse llevar por un infinito de oportunidades que siendo
ella misma nunca tendría.
Mirándolo desde un punto de vista
bastante egoísta no parecía que estuviese mal pero con la sinceridad que da el
raciocinio no era una vida plena, ni siquiera era una vida. Se alimentaba de
noches en las que no se reconocía, perdía toda la identidad que le hacía ser
alguien y se dejaba mecer en los brazos de la perdición hasta el día siguiente,
hasta que ya nada tenía sentido y su sensación de culpabilidad la hacía
esconderse debajo de las sabanas para poder borrar ese sentimiento de vacío que
siempre le quedaba.
Llevaba unos
meses malviviendo de esa manera, su vida no era de color de rosa pero tampoco
era de color negro. Tenía un buen trabajo, muchos y buenos amigos y una familia
que siempre la apoyaba en todos sus proyectos. ¿Por qué llegaba a ese estado de
transformación tan extremista?.
Sus amigos no llegaban a entender
como podía cambiar tanto y lo achacaban a la bebida y tal vez a la soledad que
se había apoderado de ella desde hacía sólo cuatro meses.
Su pareja había muerto en un
accidente de moto y aunque sólo llevaban seis meses juntos, habían creado algo
tan especial que podía ser envidiado por cualquiera que pudiera saber lo que
significa sentirse plenamente amado. Lo estaba superando bien, la paciencia de
sus amigos era su mejor aliada y poco a poco iba borrando de su alma el dolor
que sentía cada vez que recordaba un gesto, una caricia, un beso o una noche de
dialogo con esa persona que le dio la vida cuando se encontraba tan perdida.
Había noches que se quedaba
durmiendo con las lágrimas deslizandose hacía la fotografía de Miguel que ella
abrazaba a cada momento. Tras pasar unas horas así se levantaba, fuese la hora
que fuese y salía a buscar algo de lo que no estaba segura pero que siempre
acababa encontrando.